Es que
el epicentro de ella
es él.
Entonces,
no hay vendaval
ni migración
ni ridículo argumento
que quiera escuchar.
Solo desea su pulso,
su latido
y tal vez,
hasta se anime
y le pida
-de a ratos-
un poquito de su piel.
Nada más.
María Inés Iacometti
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