martes, 28 de julio de 2020

Ayer

Cuando solo suponía perfiles
de alguna libertad prestada.
Cuando imaginaba siluetas
en el vaivén de la escarcha
confundida en la marea
de certezas tan ajenas,
como efímeras y falsas.

Ayer,
que me abrazaba a mí misma
para no darme vergüenza
y me cubría la espalda
por evitar la tiniebla.

Ayer 
comprendí el real valor de vivir.

Y me hallé felizmente superada
por la razón de mis hijos.
Me supe aprendiendo
del color, los recorridos.
Dejé de temer a la sangre
y a la muerte,
y pude hablar con las dos.
Logré mi anhelo de paz
en territorios hostiles.

Ayer, justamente,
me decidí a nacer.


María Inés Iacometti

sábado, 25 de julio de 2020

De orillas y veredas



Él sabe de sus mareas
y a veces,
las domina.

(Yo no me las conocía).

Él se sabe dueño y parte
en un barco de pocos.

(Yo...
Todavía
no me he aprendido el mar).

Yo,
desde este escalón de cemento
y temor
nunca supe
el paso eterno en una orilla.

Mis pies
han habitado siempre
el autocontrol,
el dominio acomodado del deseo
que no irrumpe
donde no se lo ha invitado,
que no clama
por emociones nuevas
ni se erige
tratando de alcanzar
la otra vereda.

Pero extrañamente
hoy
-como a él-
las olas de la vida
me despiertan,
me sacuden,
se me muestran
con un vaivén casi desesperado.

Me atormentan
y se aquietan
como potros que alardean sus crines
solo por intentar caricias,

por merecerlas...

Él se sabe dueño y parte
en un barco de pocos
y yo,
que del mar
aún no conozco el alma,
navego amordazada por mi vida
consciente de sus olas,

enamorada.


María Inés Iacometti
Fotografía: Benoit Courti

viernes, 24 de julio de 2020

La muerte de una roca

Comenzó a rodar intempestivamente.
No se sabe qué la sacudió de su letargo.
Tal vez un látigo de viento inoportuno. Quizás el peso doblegó su espalda gris. O fue el deseo de imitar la libertad de algún cóndor tempranero…

Formaba parte de la cumbre madre: una montaña erguida en la cadena al Sur de un pueblo solitario.
Cada día vencía el embate de las nubes bajas; el frío, la nieve y las escarchas le dieron estructura de acero.
Sí. Formó parte de ella… Pero ahora, en su alocada carrera hacia la nada, en el cruel desvarío de no saber dónde concluye su fantástico rodar, arremetiendo todo a su paso y tratando en vano de asirse a la mano tendida de alguna rama seca… Cae.

Se marean sus pensamientos.
Ella quiso volar pero no fue así como soñó su vuelo.
La realidad ha terminado con la fantasía.
Sin alas… Sólo golpes sucediéndose uno tras otro como gotas de lluvia… Cae.
Y cuando casi tocaba ya el suelo de un prado de verdes intensos, se da por vencida y expira; quizás acobardada por el miedo o tal vez por la poca experiencia en caídas.

Su madre, testigo silente de la huida, no dirá jamás que muere por dentro, que la firmeza externa es pantalla y que su pasividad –tan admirada- no es una opción sino la cruz natural que soporta.

La mira con la desazón de quien acepta su destino.
Sólo se atreve a derramar algunas lágrimas por el hilo del deshielo.

La llora… Y piensa en aquellos pobres seres que sostienen el error de creer que por dura, una roca nunca muere.

María Inés Iacometti

jueves, 23 de julio de 2020

Tirano de sueños



No me mires así, desde lo etéreo
de un naufragio inútil, de un rumor de besos;
de la lejanía de este ocaso inmenso.

Ya no me supliques en profundos sueños,
que al oír mi nombre -de tus labios preso-
pueden desplomarse mis afanes rectos...

Posa en mí tus manos. Fúndete en mi pecho.
No pronuncies tantas frases de silencio
que el amor se extingue, nos obliga al fuego.

Bésame en la frente. Graba en mí tu sello.
Temo despertarme... ¡quiebra ya mi velo!
que el tiempo es tirano, y se acaba el sueño.

María Inés Iacometti