martes, 25 de agosto de 2020

Al oído

Hablarte en susurros y al oído
es como pedirle su guiño al viento
para que, escondida entre sus brazos,
me permita rozarte, merodearte,
calmar tu fiebre de nostalgias,
 

y amarte...

Es suavizar mi voz hasta el punto
en que solo suenen en ella
mis sentimientos profundos,
esos, que solo a veces digo.

Caminarte como en puntas de pie
recorriendo tu delirio en imaginarias olas
que de a ratos, tienen riendas,
de a ratos, se desbocan.

Ser torbellino y calma.
Enredadera y túnica blanda
que se enlaza y se funde con tu piel
desde muy cerca
y también a la distancia.

Susurrarte es jugar a contenerme,
dosificarme las pasiones,
las palabras...
Es dar paso solo a la ternura
y que, de a tramos,
se vaya tiñendo de ganas.

Es rico y fresco
y es todo lo demás.
Es lo que vivimos o soñamos.
Lo nunca perdido, lo rescatado...

Hablarte con susurros, al oído,
es revelarte de a poco mi verdad
pero sin que jamás
vaya a enterarse nuestro destino.


María Inés Iacometti

lunes, 24 de agosto de 2020

Un pacto

Se impregnaron de eneros
cuando todavía el invierno
habitaba los techos y las ramas.

No sabían qué sería
de ese momento mágico,
encontrado, repentino,
que se abrió paso
entre dos estrictas soledades.

Nadie llamó a nadie.

Todo se creó ante ellos.

Él entregó caricias nuevas
y ella las recibió.

Lo demás, es un pacto

entre la aurora y los dos.

María Inés Iacometti

jueves, 13 de agosto de 2020

Irremediablemente I

Presiento
que a partir de esta noche
mucho más, voy a quererte.

Y es que el cielo,
en su generosidad inmensa,
me ha mostrado
el más cóncavo de sus rincones;
ese, que te cobija en los sueños.

Sucedió que,
en un contexto de invierno,
me ha encontrado herida, desolada.
Tuvo entonces que retirar el velo
que cubría tus ansias
y hallarme así descalza,
con el pelo envuelto
en la semi penumbra de estrellas,
y en tu mirada.

Presiento que voy a quererte
mucho más
a partir de esta noche.

Me ha dicho el viento
que si no encuentra consuelo
en tu pecho,
podría morir
con tu nombre en otros labios
porque nos ha preferido​
en los arcones del tiempo,
porque solo es con vos
que se presenta tangible
mi horizonte, mi universo.

Me ha susurrado su intento
de ensancharnos las fronteras
para pensarnos bien lejos
y me contó su fracaso
en ese insólito esfuerzo.

Presiento que voy a quererte
mucho más
a partir de esta noche.

Por el simple milagro de verte
acurrucado en mis brazos,
descansando tus deberes
en mi regazo sediento
que no pretende otra cosa,
otro espacio, más lugar
que navegar en tu frente
y meditar
los secretos de esta vida,
perdida y hallada en tu amor,

irremediablemente.

 

María Inés Iacometti

martes, 11 de agosto de 2020

En el negro de tus ojos


Hago una pausa en el encuentro

y me adentro en el negro de tus ojos

solo por compartir un rato

de esa oscuridad

-que sin que lo notes-

de a trozos,

          me invita.


Cuando lo logro,

cuando ejerzo tu sutil permiso

para perderme en vos

-absorta por el trayecto-

elijo dejar de avanzar.

 

Me detengo a contemplarte.


Debiera sentirme encerrada

en la noche de tu cielo,

perplejamente sofocada

por tu puerta imaginaria

desvanecida

al quedarse atrás...


Pero allí,

en el sitio que nadie alcanza

-abismo tembloroso

de lunas y siembras-

me enfrento a tu luz

jamás evidente,

que se esconde, que es esquiva

y ahora sé,

que se reserva.


Muero de a gajos

en tu remolino acompasado

que me unge

y dulcemente

me despoja de tinieblas.


Avanzo,

me adentro y quiero más.

Beber de tu luz nueva

imperceptible desde afuera

tan cálida desde adentro,

tan idilio, tan estrella.


Recorro otro ratito de tu esencia

y escucho mi nombre

en tu torrente.

Sonrío mientras tu risa

surge de tus entrañas.

La veo, nos veo,

encadenados y sueltos,

inventándonos

mutuamente, la paz.


Entonces

tu risa

-otra vez-

y mis ojos


en el negro de tus ojos.


María Inés Iacometti

lunes, 10 de agosto de 2020

Imprudencia

Pude dejarte dormido en la memoria
y no lo hice.

Por repasar andanzas con mi mente,
tropecé en el cordón de cicatrices que quedaron
después de vos.

Las pisé,
convencida de que serían piedras ya,
pero imprevistamente
se abrieron,
caí dentro.

Reviví cada dolor,
cada esfuerzo inútil,
cada entrega rota en mil pedazos
como un tonto papel.

Así supe que aún me dolías
y que no se recupera lo dado.

Que es mejor poner olvido
que distancia.

Que es mejor amar desde las sombras
a decirle el amor
a quien no ama.

Estabas tan dormido en mis recuerdos…

¡Qué pena que otra vez,
te despertara!

María Inés Iacometti