lunes, 1 de noviembre de 2021

Oda a mi cuaderno sepia

 


Vengo a reivindicarlo.
Hoy es sepia
pero fue tan luminoso
como mi abuelo
el día que me lo regaló.
Y claro
es comprensible la desazón
de un cuaderno
jamás intervenido
que ha quedado ordenado
debajo de los recuerdos
en un contexto de invierno
envuelto en el marrón
de esperas y de excusas.

Desgarra su trayecto de silencio.

Ese cuaderno
forrado con brisas de colores
y chispas de legados,
siempre aguardó
-ahora lo sé-
la caricia de palabras
el remiendo de tachones
que vinieran a mejorar ideas,
el desarrollo de historias
con letras chuecas al principio
que fueran avanzando
hasta alcanzar la esbeltez.

Ese cuaderno,
con renglones decididos,
encerraba las aventuras
escritas en el aire por mi abuelo
cuando en las siestas,
se vestía de jinete
me salvaba de un dragón
o tripulaba confiado
un barquito de papel
a la deriva.

Ese cuaderno nunca entendió
que yo lo guardara.
Que en una especie
de insólito ritual
en insensata acción implícita
lo declarara reliquia,
me dedicara solo a contemplarlo
como un obsequio que se goza
pero no se mancha.

Y la mancha... Justamente la mancha,
era todo el homenaje
que él quería.

Por eso hoy esta oda
a mi cuaderno sepia.
A este, que hoy hallado,
ha crujido un poco
al mostrarme sus hojas viejas
pero ha disfrutado el calor de mis manos.
Le estoy contando mi torpe demora
mi celo inicial, mi ulterior desidia.
Y también
le estoy mostrando sin reparos
mi alegría...

El abuelo ya no está
y aunque perdí la memoria de su voz
el reencuentro con mi cuaderno
de aquel tiempo,
me trae sus risas
sus gestos que creía olvidados.

Increíblemente
la primera mancha que recibe
es una lágrima
que no será corregida
ni tachada.

Al fin y al cabo
este cuaderno sepia
se escribió a sí mismo

y me esperaba.


María Inés Iacometti

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