Repletos de libros
de costuras
o de quejas,
con la consciencia tejida
entre anhelos de libertad
y dedos lastimados,
mis canastos viejos
crujen historias para mí.
Saben que los escucho,
que quedo mirándolos largo
como si fuera consciente
de sus hazañas-venturas.
Valen la pena
y la alegría.
Mis canastos viejos
vienen de instantes rebeldes,
de pulgares aguerridos
y anulares trenzados,
de tensiones heredadas
y leyendas compartidas,
de reuniones cotidianas
y destrezas que se aprenden.
Ellos me dicen de todo
sin hablarme de nada.
Cuentan huellas dactilares
sueñan formas siempre nuevas
resisten pesos y esfuerzos
y de tanto en tanto
cantan.
Cantan canciones de amor
con lenguajes que las almas
han olvidado en el tiempo.
Mis viejos canastos cantan
para mí
y para ellos.
María Inés Iacometti
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